jueves, 29 de agosto de 2019

Reflexión sobre el amor

Todos hablan del amor. Es una palabra que mueve las más profundas raíces del ser humano. Dicen que es lo más poderoso de la Tierra, es el motor de la humanidad, la esencia de la raza humana. ¿Será así? O acaso el amor está sobrevalorado y, en realidad no lo es y es otra cosa. De eso se trata está breve reflexión, cuestionar el amor en sí y sus diversas interpretaciones, tan diversas como seres humanos hay.

El primer cuestionamiento será a partir de aquella frase que dice "El amor se siente, no se razona". La primera parte, es sin duda una verdad ineludible para todos, si se siente es porque el amor es un sentimiento pero que está en plena contradición con el razonamiento. Sin embargo, se escucha decir que el amor se aprende: "aprende a amar", "aprende a amarte" son las expresiones escuchadas con más frecuencia y que desde la psicología, son las que enarbolan las terapias de salud mental. Pero aprender implica un desarrollo de la inteligencia del individuo y esta a su vez se relaciona con el razonamiento, la comprensión, el análisis; es decir, la adquisición de conocimientos que se derivan en definiciones y esto determina que el amor sea un constructo social porque el hombre aprende en sociedad. Entonces, la primera premisa es: el amor es un sentimiento; la segunda, el amor es un constructo social porque se aprende por lo tanto se razona; así, la frase "el amor se siente, no se razona" puede considerarse una falacia.

La definición es aún imcompleta porque no se han listado las propiedades que distinguen este sentimiento de otros en el contexto del razonamiento con la intención de definirlo. Particularmente al entrar en este paso, las personas se niegan definirla ya que implica una negación a una desviación del amor fundamentado en el hedonismo, el narcisismo, el individualismo. Eso provoca que el amor tome diferentes significados generando una polisemia basada en deseos y necesidades. Se escucha decir "a mí me gusta un hombre o mujer que sea así, así, así, así...", como si se fuera una lista de compras que satisfagan las necesidades primarias, es una economía del amor donde sólo se cubren las insuficiencias de uno con respecto al otro terminando en codependencias. El amor tendría que enarbolar libertad exterior e interior para el desarrollo integral del ser humano.

Considerando que el amor se puede definir porque se razona y se siente como cualquier otro sentimiento entonces se tomará como primer acercamiento sus definiciones semánticas, tres de sus catorce acepciones y después, desde la psicología, particularmente la social.

Según el Diccionario de la Lengua Española (2018), el amor está definido como un:

1. "Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser".

2. "Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear".

3. "Tendencia a la unión sexual".

Las dos primeras definiciones muestran en sus coincidencias, profundas diferencias. En ambas, se reconoce como un sentimento aunque en uno es intenso y en el otro, no. Mientras que en el primero se destacan características como la insuficiencia, la necesidad, la búsqueda, el encuentro y la unión; en el segundo, más equilibrado, con más mesura, referencia a la reciprocidad, completitud, alegría, energía, convivencia, comunicación y creación.

Se observa que ambas definiciones son contradictorias entre una y otra, la misma situación que implica la incompatibilidad entre el sentir y el razonar. El primero indiscutiblemente es el tipo de amor que se profesa en la actualidad, un amor irracional que se vale mucho para crear un proceso de avallasamiento entre las personas donde la intensidad es más la vehemencia que incluye lo que la tercera definición indica, la relación con el sexo, considerado este como la prueba de amor, de exclusividad, de poder, de dominación, de pertenencia, de violencia. Aspectos que son diferentes a los que se muestran en la segunda acepción, donde se manifiesta una práctica, un proceso de razonamiento que precisamente, introduciendo a la psicología social, describe Erich From en el Arte de Amar: el amor maduro requiere de la interdependencia de cuatro dimensiones esenciales: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Tanto la primera como tercera definición, estando en un diccionario supone la aceptación como tal en la sociedad; sin embargo el mismo Fromm desmantela estas definiciones argumentando que «el amor como satisfacción sexual recíproca, como "trabajo en equipo" y  como un refugio de la soledad, constituyen las dos formas "normales" de la desintegración del amor en la sociedad occidental contemporánea, de la patología del amor socialmente determinado». El amor visto desde estás definiciones es sólo un conjunto de síntomas de una enfermedad, lo que afirma su perversión, corrupción, degeneración.

El amor como el máximo sentimiento del ser humano se acerca más a la segunda definición y al amor maduro de Fromm, donde el sentimiento se cultiva a través de diversas actitudes positivas para el desarrollo humano; desvinculado del sexo debido a que dejaría de ser una prueba y sí, una consecuencia natural, inclusive opcional, sin exclusividad y volitivo; además de la posibilidad de amar sin distinción, sin restricción, sin estereotipos, sin prejuicios, sin discriminación, totalmente lo que nos llevaría a un nivel más espiritual como amar a tu prójimo como a ti mismo.

viernes, 16 de agosto de 2019

Del otro lado

Abrí los ojos lo más que pude. El humor cuajado nublaba mi vista hasta el grado de sólo ver un estado de amorfismo de las cosas. Lo primero que percibí fue una gran mancha blanca, era el techo de mi habitación, lo deduje porque estaba acostado de espalda pero dudé, me parecía irreconocible, extraño, como algo desconocido que se conoce. Intenté de nuevo abrir los ojos, esta vez traté con mis manos retirar lo que me impedía ver; necesitaba lavarme.

Me levanté por el lado derecho de la cama buscando mis pantuflas de tela como siempre acostumbro; no estaban. Palpé con mis pies en las cercanías, de un lado a otro; tampoco las encontré. En la urgencia por estar disminuido visualmente, desistí y descalzo me dirigí hacia la entrada del baño aún con la molestia de las pitañas en los ojos, no medí la distancia y la rapidez con que me desplacé, provocó un choque violento contra la pared tanto como una caída en seco. Recuperándome, con la poca nitidez de mi visión pude percibir que la puerta del baño se encontraba a unos cuantos pasos a la izquierda de mí, no daba cuenta cómo perdí el sentido de orientación, adolorido y casi ciego, apresuré llegar a lavar mi rostro.

Dentro del baño, regresó aquella sensación de extrañeza como ocurrió al despertarme. No hice caso, ahora lo importante, lo urgente era quitarme este Velo de Isis que me cubría y me incomodaba casí rayando en la desesperación. Abrí la llave de agua fría y tomé el primer chorro con mis manos llevándolo a mi rostro, primer alivio, refrescante. Volví a meter mis manos y sentí el ardor que produce el agua caliente, la retiré desconcertado, estaba seguro que abrí la llave correcta, la derecha; aún con mi poca visión la cerré y abrí la otra, con precaución tenté el agua que salía hasta estar seguro de que en realidad estuviera fría. Me enjuagué los ojos con abundante agua, no paré hasta que ya no hubo más legañas. Así postrado frente al lavado, con mi vista más clara a pesar del dolor del golpe y el ardor en las manos, la tranquilidad se presentó pero no duró mucho, de nuevo sentí esa sensación extraña, miré a mi alrededor, todas las cosas eran iguales pero había algo diferente en estas, las conocía pero al mismo tiempo las desconocía.

Observé la mezcladora, el flujo del agua estaba invertido. Recorrió por mi espalda baja hasta los hombros y terminando en mis manos, esa sensación de terror primario. Volteé intempestivamente hacia la habitación, salí del baño, las pantuflas del lado izquierdo, el resto de los muebles, la cama, mi corazón latía apresuradamente, regresé y ví mi reflejo en el espejo, en esa imagen, lo que había al fondo, a la izquierda y a la derecha, así era como lo recuerdo. Me miré una vez más, soy yo pero... ¿soy yo? Di algunos pasos hacia atrás, vacilante, sin quitar la vista, mi voz lánguida logró articular algunas palabras: ¿Cómo es posible? Yo aquí y, Tú del otro lado.
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Ollin Tlatoa por José Daniel Guerrero Gálvez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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