martes, 31 de diciembre de 2019

La espiral de la vida - 2020

Hace algunos años, exactamente en 2011, escribí un artículo para la Revista Kya  relacionado con la espiral de la vida. En aquel tiempo, puse de manifiesto mi preocupación frente a dos espirales, el propio desarrollo humano desde el punto de vista bio-psico-social frente al tecnológico en su rápido crecimiento que, al final, provoca una arritmia en el corazón de las sociedades.

Después de casi nueve años de aquel artículo, reelerlo me afirma en la convicción que las espirales son la razón de nuestra existencia y no los ciclos, tanto así que ni siquiera son sinónimos. Pensar en ciclos es un proceso de comenzar de nuevo, un estado de repetición que confirma aquella frase que dice: el humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; y efectivamente, con aquellas buenas intenciones de ahora sí haré ejercicio, bajaré de peso, ahorraré, entre tantas otras cosas cotidianas pero, en cuestiones espirituales y de sentimientos, es más evidente porque al final se repiten los mismos patrones todos los años hasta que se aprende y con reservas. En cambio, la espiral, es un crecimiento sostenido, no repetitivo, incremental, en aumento, progresivo, gradual, de perfectibilidad; en suma, evolutivo, sin olvidarse de lo que se ha aprendido ya que sirve de base para las acciones del presente y que repercutirán en el futuro.

La espiral, no es una idea que solo sea un momento de dilucidación en esta noche de diciembre, como una epifanía. Si son cristianos, la perfectibilidad que les menciono se encuentra en el Sermón del Monte, particularmente en Mateo 5:48: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto». No creen en Dios, no hay problema, en la ciencia está el número φ o número áureo —también llamado el número de oro, sección áurea, razón áurea, razón dorada, medida áurea o divina proporción— representado por la Serie de Fibonacci —la primera pista en la película El Código Da Vinci, por cierto—, que se manifiesta en la naturaleza, en la reproducción de las abejas, la disposición de las hojas de las plantas y los pistilos, las tormentas, la Vía Lactea; también en el arte, los mantras y en la simbología de muchas civilizaciones actuales y antiguas.

Toda esta argumentación, lejos de una fórmula trillada de felicitación por el nuevo año, es más, un deseo de que nuestras vidas estén en armonía en una bella espiral. ¿Qué dicen, aceptan? 

martes, 15 de octubre de 2019

¿Me regala un cigarro, por favor?

Las luces de la calle iluminaban de forma tenue el camino. Ya regresaba, su andar rápido y firme evidenciaba la apremiante necesidad de llegar a casa. Mientras caminaba, sacó del bolsillo de su chamarra una cajetilla de cigarros que siempre acostumbraba, sin filtro. A pesar de la premura, detiene su paso para encender su cigarro... la primera aspiración, la segunda, la tercera, listo para la primera bocanada.

—¿Son sin filtro? —Escucha decir.
—Sí —contesta con naturalidad como si esa voz fuera tan conocida pero nunca escuchada.

Voltea y observa a un hombre de estatura media, vestido con un traje raído, antiguo pero limpio y zapatos lustrosos.

—¿Me regala uno, por favor? —solicita el hombre.
—Por supuesto —le responde, mientras toma el cigarro y le ofrece el fuego, se pregunta porque accedió. Lo observa aspirar una, dos, tres veces y después la bocanada.

—¡Delicioso! Gracias.
—De nada —le responde.
—¿Me permitiría ofrecerle un mezcal y una buena charla? Mi casa se encuentra aquí... cerca —pregunta el hombre.

Él duda. Es noche. Quiere llegar a casa pero la curiosidad ante la personalidad de aquel hombre es más fuerte. Al fin se decide.

—Está bien. Usted despierta mucho mi curiosidad...
—Lo sé. Por eso lo invito. Seguramente se quedará en casa —le responde el hombre.
—¿Usted cree?
—Tan seguro como la eternidad de la vida.

miércoles, 9 de octubre de 2019

El clavel rojo

Y entonces, sintió esa vorágine circunstancial en una aspiración tan profunda como grandes eran los pensamientos y sentimientos que contenían, hasta que su pecho ya no pudo más y exhaló, liberando la más pura expresión de su ser, una mezcla de pena, ansiedad y deseo. Ese fue su último suspiro, un instante después, murió y nadie supo con certeza de qué.

—Hora de deceso: 7:03 horas —dijo el médico de guardia. La enfermera lo escribió en el registro.

—Puede quedarse unos minutos más hasta que llegue el personal que preparará el cuerpo para la entrega —le dijo el médico a la mujer sentada al lado del ahora finado.

Hubo unos segundos de silencio, el médico y la enfermera se observaron sin precisar que hacer ante la inmovilidad de la mujer, su cabello caía sobre su rostro y estaba inclinada hacia adelante como esperando algo. Por fin, la mujer limpia sus lágrimas con una de sus manos y la otra recoge su largo cabello negro hacia atrás mientras se incorpora del asiento. Sus ojos cafés oscuros evidencian un llanto profuso lleno de desconsuelo.

—Gracias. Agradezco la atención —dijo.

Ambos, el médico y la enfermera salieron de la habitación. Sola, toma su mano, lo observa largamente y suspira, tal como se escuchó en el último aliento del hombre, tan parecido que podría asegurarse que fueron idénticos.

El equipo de enfermeros entró a la habitación. Ella voltea y los observa. Besa al hombre en la frente y mientras sale, devuelve una última mirada cerrando la puerta tras de sí.

Todo estaba dispuesto, los asientos, los bocadillos, las bebidas y también la música. Aquella mujer del hospital se encontraba al lado del féretro, ahí observaba absorta aquel hombre que en la mañana aún vivía, su mano colocada a un costado mostraba la intención de querer tocarlo de nuevo. Su presencia no podía pasar desapercibida, su vestido de punto canalé negro entallado, zapatillas de aguja con tacón número quince y su sombrero de ala ancha decorado con un moño de claveles rojos y blancos, delineaba su figura hasta realzarla más allá del límite de la belleza femenina. Así estuvo un tiempo, cuando uno de los ayudantes de la funeraria la interrumpe.

—Señora. Los asistentes al funeral ya se encuentran aquí. Ya pasaron quince minutos después de la hora programada.

—Gracias. Podría reproducir la música por favor —le responde.

—Sí señora —le contesta y se pierde a través de una puerta falsa al fondo del salón. Instantes después se escucha Sensemayá de Silvestre Revueltas.

La mujer recorre el salón hacia la entrada principal mientras se abren las puertas permitiendo pasar a los asistentes al velatorio.

—Mi más sentido pésame Señora Katalina. Me uno a su dolor. Tan felices se veían —le dice una mujer de mediana edad y la abraza fuertemente.

—Gracias. Así es la muerte Manuelita —y la abraza con la misma intensidad que recibió el abrazo— pásele por favor, alguien la llevará a uno de los lugares que ocuparán la familia.

Observa a uno de los ayudantes, este reacciona llevando a Manuelita a su lugar y ella continúa recibiendo al resto de los asistentes. Atenta siempre a estos, a la distancia reconoce a la familia. Pide a una persona de la funeraria siga atendiendo a los que están llegando y camina hacia ellos. Se escucha La noche de los Mayas, también de Silvestre Revueltas.

Los asistentes al funeral, uno a uno fueron ocupando el gran salón y pasaban a su tiempo a ver al difunto. Muchos de ellos regresaban impresionados después de verlo. Katalina personalmente llevó a la familia al féretro y con paciencia estuvo al pendiente de ellos mientras se despedían del hijo, del hermano, del tío.

—¿Cómo es que viene vestida así? —le pregunta una mujer a otra.

—Es para llamar la atención. Prefiere destacar ella que el difunto —responde la otra mujer.

—¿Han visto como viene vestido el difunto? Si el muerto se levantará y estuviera de pie a un lado de la Señora Katalina, tengan por seguro que verán a una pareja bien vestida y coordinada. Este no es un funeral, no lo es, es una despedida entre amantes, su última noche antes de separarse —las interrumpe otra mujer que las escuchó.

Efectivamente, el difunto vestía un traje sastre negro de corte inglés con una camisa blanca, corbata de seda, zapatos bostonianos y un clavel rojo en la solapa. Si estuviera vivo, junto a ella ineludiblemente se pensaría que eran pareja asistiendo a una reunión, un encuentro, un momento y coincidía ahí, en ese espacio y tiempo, en el funeral. Lo sorprendente, sin duda, aquel hombre en el ataúd a pesar de estar muerto, parecía vivo.

Seguían llegando más personas, entre ellas Luis, amigo de la adolescencia del difunto. Camina hacia el féretro y observa al que fue su amigo. Sonríe, recuerda y vuelve a sonreír. Sólo unos minutos pasan y después se dirige hacia Katalina.

—¿Cómo estás? —le pregunta.

—Bien. Gracias —responde ella.

—Se ve bien, parece como si no estuviera muerto sino trascendido. Es sorprendente —menciona Luis refiriéndose a su amigo.

Katalina sonríe.

—Dicen que está vivo. Un muerto que parece vivo. Eso impresiona —le contesta a Luis.

Luis la observa con detenimiento. Esa mujer es más enigmática de lo que pudo imaginar desde que se la presentó su amigo, tiempo atrás. Desde que la conoció, un magnetismo inusual, una energía singular se apoderó de él. Después pudo precisar el porqué pero aún así, siempre ella lo sorprendía.

Se escucha La Coronela de Silvestre Revueltas. Katalina sonríe y voltea a ver el féretro.

—Algo recuerdas —afirma Luis.

—Una conversación con él, en un café, hace siete años. Ese día me invitó a salir, nos conocíamos todavía pero en esa charla por primera vez consideré como posibilidad, un futuro con él, uno muy incierto debido a mi trabajo.

Ambos, Katalina y Luis, quedaron en silencio, observando el féretro. Los recuerdos invaden el pensamiento de Katalina hacia ese momento, en el café, años atrás.

—¡Nina! ¡Escucha!

—¿Qué escucho? —responde Katalina.

—¡La música! ¡Es Silvestre! ¡Es La Coronela!

Ambos escuchan durante unos minutos.

—Es hermosa —precisa Katalina.

—Sí, muy hermosa. Es música para ballet. Silvestre nunca la terminó, murió antes —hubo un silencio entre ellos mientras la música continuaba— ¿Puedo confesarte algo? —pregunta a Katalina.

Ella se debate entre decir no o sí pero la curiosidad por saber más de aquel hombre que la invitó, también de forma inusual, esa tarde de otoño, durante sus días de descanso, fue más poderosa.

—Sí. Me gustará saber qué tienes que confesarme —por fin dice Katalina.

—La primera vez que te vi, sentí una atracción tan natural que de pronto, sin pensarlo, estaba frente a ti invitándote un café. No desconoces que me gustas, me atraes en todo sentido, también haz de saber cómo aceleras mi libido y la fuerza de voluntad para contenerme ante tu belleza pero, y no sé si eso lo ignoras, también siento con vehemencia que tú serás en mi vida algo parecido a La Coronela con Silvestre, no me dará tiempo de amarte en plenitud porque moriré antes...

Katalina sale de sus recuerdos cuando escucha a uno de los ayudantes de la funeraria.

—Señora, las coronas están llegando ya —ella lo observa lamentando la interrupción pero después sonríe levemente.

—¿Están disponiéndose cómo acordamos? —le responde.

—Sí, señora. —Katalina asiente con la cabeza.

A pesar que la sustitución del servicio religioso por música, lecturas en voz alta y perfomances permitió que la noche fuera más tolerable, ella ya deseaba que se acabara. Estaba acostumbrada a un ritmo de trabajo extenuante y pesado, su profesión lo demandaba pero esa noche le parecía eterna, insoportablemente eterna. Se sentó y cerró por un momento los ojos para descansar un poco cuando escucha Contraley de Real de Catorce. Se deja llevar por la melodía, los recuerdos de la primera canción dedicada, de aquel clavel rojo y sonríe. Al terminar, abre sus ojos, sin dejar de sonreír, se levanta de su asiento y continúa atendiendo la organización del funeral.

—La mañana está próxima, un poco más —se dice y observa el féretro. Sigue sonriendo.

El camino al cementerio sólo llevó un trayecto de quince minutos. Katalina se transportó en el auto dispuesto para la familia, Manuelita que era la ama de llaves del edificio donde vivían viajaba con ellos. El entierro, también sin servicio religioso, sólo se acompañó de un discurso muy emotivo por parte de Luis que arrancó los más profundos sentimientos de los que se encontraban ahí. Katalina lo observó fraternalmente y le agradeció la fuerza de sus palabras. Ella sabe que lo extraña.

Un ramo de claveles coronaban el féretro mientras descendía por la fosa. Todos observaban. Cada uno tenía sus propios pensamientos, todos en silencio, esperando que el ataúd tocara fondo. Al llegar, el paleo de los enterradores no se hizo esperar y los asistentes al entierro comienzan a retirarse; unos esperan su turno para despedirse, otros se retiran sin hacerlo.

—Ya todos se fueron —Luis le dice a Katalina mientras mira a su alrededor.

—Sí. Ha sido una jornada difícil —le responde.

—¿Deseas que te espere?

—No. Muchas gracias. No tarda en venir por mí y así también espero que coloquen la lápida.

Luis lee en silencio el epitafio. Observa a Katalina y le dice.

—Cuídense mucho por favor.

—No te preocupes. Todo estará bien —le responde Katalina sonriéndole. Se abrazan y se despiden.

Katalina observa los últimos trabajos de los enterradores con la lápida, agradece la atención y los ve retirarse. Sola, observa la tumba, la lápida, el epitafio...

—Hola —escucha su voz. Katalina levanta la mirada, sonríe y voltea. Lo ve ahí cerca de ella, de pie. Sus miradas acarician sus rostros.

—Hola —le contesta ella mientras sus ojos destellan ante la presencia de él. Hay una breve pausa— ¿sabes? Sufrí mucho verte morir.

—El sufrimiento fue el mismo al observarte como me veías morir —le dijo él y entrelazó amorosamente su mano con la suya sin dejar de mirarla.

—Modificaste el epitafio —le dice él mientras desvía su mirada a la lápida.

—Sí. Un poco de humor negro. Tú sabes —le contesta Katalina mientras sonríe.

—Me gusta, realmente me gusta —también él sonríe.

Él vuelve a mirarla, toma el clavel de su solapa y se lo coloca en el cabello amorosamente.

—Como la primera vez... —le dice.

—Sí, como la primera vez —le responde Katalina. Sonríe, se sonroja, lo abraza, lo besa en la mejilla y le musita al oído.

—Fui, soy y seré tu Muerte —ahora, él se sonroja.

Katalina se separa abruptamente y le dice

—Me gusta el nombre de Silvestre.

—Tampoco me desagrada pero eso significa que serás La Coronela.

—Por supuesto —Katalina le sonríe maliciosamente. 

—Prefiero usar tu nombre, el verdadero. Me gusta muchísimo más, junto con todos sus diminutivos —Sonríen y aprietan sus manos entrelazadas.

Se alejan ambos por los caminos del cementerio, conversando mientras sus figuras se difuminan en el ambiente.

Esa noche, sábado, dos de noviembre, la tenue luz de una veladora ilumina una lápida recién colocada donde apenas se lee:

                         Era un ser humano y mucho más
                                cuando La Muerte le aceptó un clavel rojo.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Okachinepa (Más allá)

I

La vista del Atlántico a través de la ventanilla del avión era impresionante, sólo dos colores en ocasiones matizados podrían dar cuenta el límite visual entre el mar y el cielo que sin duda provocaba una sensación de infinitud. Esos eran los pensamientos del Profesor Carlos Guerra en ese momento, mientras viajaba en clase turista en un vuelo de la British Airways sin escalas desde la Ciudad de México a Londres. Durante las casi 10 horas de vuelo que estaba por completar, no podía dejar de pensar sobre la breve plática con aquel hombre pelirrojo que tocó a la puerta de su despacho, con un acento evidentemente inglés pero con un pésimo español, tanto que la conversación terminó hablándose en el idioma del visitante. Lo enigmático del asunto que trató con él fue la principal razón que el Profesor Guerra decidiera salir por primera vez fuera del continente. Generalmente sus viajes debido a su trabajo respecto a las culturas indígenas estaban limitados a México, América Central, Sudamérica y en ocasiones en las reservas indígenas aún con tradiciones vivas en la parte media y alta de Norteamérica. Ahora, ocupando un asiento en ventanilla, salía a ultramar.

Se vislumbraba una línea más definitoria en el horizonte, eso indicaba que pronto llegarían a Reino Unido, primero volando sobre Gales y después sobre Inglaterra hasta Londres. El Profesor repasó, una vez más la conversación con el inglés.

—Buenos días... ¿Profesor Guerra? —fue la primera expresión al abrir la puerta del despacho que escuchó de aquel hombre alto pelirrojo, aproximadamente de unos setenta años vestido con una mezcla de los años 70 y la moda grunge, entre un tanto hippie como urbano que hacía recordar una cierta tendencia hipster sin la extravagancia y la exageracion dalilesca de la barba.

—Sí. ¿En qué puedo ayudarle? —respondió el Profesor.

—En mucho —el énfasis fue notorio— Mi nombre es... Arthur... —el Profesor esperaba que completará su nombre siguiendo las etiquetas de presentación inglesas ya que debajo de aquel terrible español, notó el inconfundible acento inglés que se distingue de otros modos dialectales del idioma— ¿puedo pasar? —terminó diciendo.

El Profesor levantó un poco la ceja, señal inconfundible de un cuestionamiento interno y le abrió totalmente la puerta, dejándolo pasar.

—Tome asiento, ahí en la silla frente al escritorio —le dijo el Profesor señalando el camino mientras cerraba la puerta con lentitud observando con detenimiento al visitante, ya sin la discreción de estar frente a frente. Sin quitarle la vista al hombre el Profesor Guerra tomó asiento detrás de su escritorio.

—¿No me ha dicho en qué puedo ayudarle? —el Profesor lo ve detenidamente tratando de hurgir en la personalidad de su interlocutor.

—He leído sus investigaciones y lo que seguido a través de las redes sociales.

—Muchas gracias aunque la mención de las redes sociales me tendría un tanto preocupado pero sé que hay gente que me lee pero no dice nada. Hoy conozco a uno.

El inglés lo observa tratando de comprender lo que escuchó. El Profesor sonríe y continúa.

—No me haga caso. Me decía que ha leído mis investigaciones.

—Sí, Sí... —el inglés prosigue— por lo que he leído en sus investigaciones, usted argumenta que existen mundos paralelos, reales y dimensionales en las culturas donde la ciencia y la religión apenas trazan sus límites. Ofrece varios ejemplos de ello principalmente en las culturas prehispánicas de América pero también ha dejado entrever que en culturas de Asia y Africa, también existen esos patrones.

—Efectivamente —responde el Profesor.

—Sí le digo que existe un mundo paralelo, manifestándose tanto que su cultura la está incorporando a su vida cotidiana ¿me creería?

—Claro, es la hipótesis de mis investigaciones. Por lo menos parte... pero no conozco ninguna así. Las intersecciones sólo se presentan con individuos pero no con sociedades completas.

—Requerimos de sus servicios para que nos ayude a entender mejor esa relación entre ciencia y religión.

El Profesor no dice nada por algunos segundos y le pregunta.

—Por qué no acuden a un investigador de su país. Ellos podrían ayudarlos mejor, localmente y sin necesidad de cubrir gastos...

—No, no, no. Necesitamos a un nativo —interrumpe el inglés, el Profesor levanta la ceja y registra en su mente la palabra nativo— ustedes poco a poco van adquiriendo facultades que ponen en peligro nuestro Mundo y pensamos que usted es la persona idónea para ayudarnos —de nuevo la ceja y la mente del Profesor registra las palabras ustedes, facultades, nuestro Mundo, pensamos, ayudarnos.

—Pero... —dice el Profesor, de nuevo lo interrumpe el inglés.

—Le dejo esto —saca debajo de su saco un libro de alrededor de 300 páginas y lo coloca en el escritorio. El Profesor observa el saco y el libro, el inglés continúa— en la página 100 hay un boleto de avión de ida para dentro de tres días con destino a Londres y su visa diplomática. Si usted acepta, nos encontraremos después que arribe a Londres en el Caffè Nero en The Queen's Terminal del Aeropuerto.

—Good Morning. Welcome to The United Kingdom... —la voz femenina a través del altavoz del avión anunciando la llegada a Londres interrumpe sus recuerdos.

El Profesor comienza a recoger sus notas, siente una mirada y voltea para encontrarse con el rostro de una mujer que le sonrié. Una sonrisa llena de expectativas y curiosidad pero al mismo tiempo de afabilidad pero con un cierto interés que el Profesor no pudo identificar pero que provocó que el levantamiento de ceja pasara a ser una sonrisa de correspondencia y una inclinación de cabeza mostrando respeto y cortesía a esa mirada femenina. Era extraño, nunca se percató que estaba sentada junto a él en todo el viaje.

II

El Caffè Nero se encontraba en The Queen's Terminal. El Profesor tuvo que caminar unos 800 metros entre pasillos y escaleras eléctricas para llegar ahí. Mientras esperaba su turno para pedir el servicio, observaba el local, en sus tonos sepias, le hizo recordar algunas de las franquicias de los cafés de la Ciudad de México haciéndolo pensar cómo el sistema económico ha homogenizado todo y que las peculiaridades de los países se van difuminando ante la normalización de la economía globalizadora. Aspecto que comprueba al ver los precios de los cafés, en el tipo de cambio, cuesta lo mismo tomar café en Londres que en la Ciudad de México. Mientras sus pensamientos rondaban sobre estas relaciones, llegó su turno a la caja.

—Buenos días. Podría por favor prepararme un Latte Chai. Gracias —el Profesor con la mirada en el celular, revisando su ubicación en el mapa del aeropuerto, asegurando que estaba en el lugar correcto, no se percató que habló en español y no en inglés.

—Excuse me? —escucha decir al joven que lo atiende.

El Profesor tardó un poco en reaccionar ante el cambio de idioma.

—I'm sorry. Chai Latte please —le respondió mientras le sonreía.

Mientras esperaba la bebida observaba los alrededores y confirmaba que por lo menos los aeropuertos, todos son iguales a excepción de ciertas elementos de desentonan el entorno como por ejemplo, el Piaggo Ape y la bicicleta que se encontraban a pocos metros de la entrada del café, utilizados para vender flores.

Con el café ya en mano, se dirigió a una de las mesas en el interior del establecimiento, a esperar. El inglés le dijo que después de arribar al aeropuerto, así que no sabía con seguridad si sería pronto o más tarde el encuentro, mientras tanto del libro que le dejó sabía que era parte de una serie, catorce obras escritas para ser precisos lo que implicaba un universo que determina una cosmogonía y cosmología, un patrón recurrente en las culturas prehispánicas, asiáticas y africanas pero a diferencia de estas, inmersa en la cultura actual de manera más amplia. Las notas no se hicieron esperar y el tiempo paso, no tanto como una hora.

—Buenos días —se escuchó.

—Buenos días —respondió el Profesor que al alzar la vista reconoce al inglés.

—Me disculpo ante mi tardanza. Estábamos preparando su traslado debido a que usted no está acostumbrado a lo que experimentará y no deseamos que le fuera incómodo. Hemos mejorado algo de nuestra tecnología, mucho utilizando la de ustedes.

De nuevo al Profesor llama su atención la dicotomía nosotros - ustedes pero ahora hay una variante: la palabra tecnología y la relación subyacente entre esta y la dicotomía.

—No se preocupe —le dice el Profesor con una leve sonrisa.

—¿Nos vamos? Ya nos esperan.

—Claro —el Profesor guarda su cuaderno de notas, el libro y coloca a espaldas su mochila de viaje— listo —le dice al inglés.

—Gracias. Sígame por favor.

Ambos hombres salen del café. El inglés se dirije al Piaggo Ape y el Profesor le sigue.

—Buenas tardes. Disculpe ¿cuál es mi pedido? —pregunta el inglés a la dependienta de la florería.

—Las que se encuentran al final de la caja del motocarro, en la esquina —le responde.

El inglés se dirije hacia la parte trasera el Piaggo Ape, el Profesor lo sigue.

—Tome mi brazo Profesor, sólo será un momento de viaje.

El Profesor siguió las instrucciones y el inglés después de ello, tomó el ramo de flores ubicado en el lugar que le indicaron. El Profesor sólo percibió una sensación de vértigo instantáneo que desapareció inmediato pero que lo obligó a cerrar los ojos o por lo menos un parpadeo para reconocer que estaba en otro lugar. Ya no era el aeropuerto sino un cuarto o eso parecía ser, como una bodega, donde la entrada daba a un gran pasillo.

El inglés apresura el camino y mientras recorren el pasillo, el Profesor nota las miradas de las personas con las que se cruza sintiendo diversos estados de ánimo que no logra en cierta manera identificar por la premura por llegar. Entran a un elevador. Las personas lo ven con suma atención. La tensión crece. El Profesor se siente incómodo. El inglés no dice nada, permanece en silencio mientras llegan al primer piso.

—Aquí bajamos Profesor.

Ambos hombres salen del elevador y recorren una sala grande hasta llegar a la puerta del fondo. No le da tiempo el inglés a que el Profesor pueda leer el letrero en esta. En el interior, se encontraba una mujer vestida de traje sastre ejecutivo como en los grandes corporativos empresariales, al escucharlos entrar, voltea y se dirige hacia el Profesor, extendiéndole la mano.

—Mucho gusto Profesor. Mi nombre es Hermione Granger, Ministra Británica de Magia.

—Me disculpo por mi descortesía todo este tiempo Profesor. Mi nombre es Arthur Weasley —inmediatamente después dijo el inglés.

El Profesor los observa a ambos, uno a otro, levanta su ceja pronunciadamente y en voz alta, pregunta

—¿Qué consecuencias tendrá si dos mundos paralelos se intersectaran de forma permanente?

La Ministra Granger y el Sr. Weasley se observan con gravedad.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Temor

Era noche, muy tarde. Me gusta trabajar cuando todos duermen. Hay un silencio tranquilizador y las ideas fluyen, sólo el sonido vago de las teclas al presionarlas logran percibirse. Libros, cuadernos, pequeñas libretas, hojas sueltas pululan de aquí para allá en el escritorio, cuando en cierto momento en que la noche comienza a ser madrugada, donde la temperatura se torna más fría, el ambiente se enrarece, mis ojos pierden nitidez. Tomo un descanso.

Me levanto de mi asiento, me sirvo un vaso de agua y lo bebo de una sola vez. De nuevo tomo asiento y en ese momento veo como la tapa de mi diario se mueve levemente. Ha de ser el viento me digo y regreso mi vista a la pantalla de la computadora pero mi vista periférica nota otra vez un movimiento pero ahora, como si un fuerte viento lo golpeara, el diario se abre totalmente. No me pareció extraño, me levanté y me dirigí hacia donde estaba para cerrarlo. Al llegar frente a este, leí en la hoja pálida, amarillenta del papel reciclado:

Escribe

Fruncí el seño y dispuse a cerrarlo cuando aparece una nueva oración:

Toma tu bolígrafo. Escribe

La incertidumbre me invade y volteo a ver mi computadora, al regresar la mirada, una nueva frase:

¡A qué le temes!

martes, 17 de septiembre de 2019

Al padre

Texto escrito como respuesta del onceavo hijo al padre del cuento de Kafka titulado Once hijos.

Es verdad padre que soy tu último hijo. En tu vejez observo como tu ser cada día pierde su vitalidad. Te he observado cabizbajo deambular por las habitaciones de mis hermanos como deseando encontrar algo que ni tu mismo precisas aunque sé que es la sensación de muerte que aún no es pronta pero cierne año con año sobre ti. Piensas en el futuro que ya no tienes y en lo que dejarás. Eso ha provocado un tanto la indecisión de seguir mi camino como lo han hecho mis hermanos, por supuesto a su manera y en sus propias condiciones, que no ha sido así conmigo, tal vez por la juventud que me aventaja ser el más joven. Así, mientras te miro, en la sala, frente a la chimenea, pienso que de todos, soy el que menos confías pero la vida me colocó como el último de tus hijos.

jueves, 29 de agosto de 2019

Reflexión sobre el amor

Todos hablan del amor. Es una palabra que mueve las más profundas raíces del ser humano. Dicen que es lo más poderoso de la Tierra, es el motor de la humanidad, la esencia de la raza humana. ¿Será así? O acaso el amor está sobrevalorado y, en realidad no lo es y es otra cosa. De eso se trata está breve reflexión, cuestionar el amor en sí y sus diversas interpretaciones, tan diversas como seres humanos hay.

El primer cuestionamiento será a partir de aquella frase que dice "El amor se siente, no se razona". La primera parte, es sin duda una verdad ineludible para todos, si se siente es porque el amor es un sentimiento pero que está en plena contradición con el razonamiento. Sin embargo, se escucha decir que el amor se aprende: "aprende a amar", "aprende a amarte" son las expresiones escuchadas con más frecuencia y que desde la psicología, son las que enarbolan las terapias de salud mental. Pero aprender implica un desarrollo de la inteligencia del individuo y esta a su vez se relaciona con el razonamiento, la comprensión, el análisis; es decir, la adquisición de conocimientos que se derivan en definiciones y esto determina que el amor sea un constructo social porque el hombre aprende en sociedad. Entonces, la primera premisa es: el amor es un sentimiento; la segunda, el amor es un constructo social porque se aprende por lo tanto se razona; así, la frase "el amor se siente, no se razona" puede considerarse una falacia.

La definición es aún imcompleta porque no se han listado las propiedades que distinguen este sentimiento de otros en el contexto del razonamiento con la intención de definirlo. Particularmente al entrar en este paso, las personas se niegan definirla ya que implica una negación a una desviación del amor fundamentado en el hedonismo, el narcisismo, el individualismo. Eso provoca que el amor tome diferentes significados generando una polisemia basada en deseos y necesidades. Se escucha decir "a mí me gusta un hombre o mujer que sea así, así, así, así...", como si se fuera una lista de compras que satisfagan las necesidades primarias, es una economía del amor donde sólo se cubren las insuficiencias de uno con respecto al otro terminando en codependencias. El amor tendría que enarbolar libertad exterior e interior para el desarrollo integral del ser humano.

Considerando que el amor se puede definir porque se razona y se siente como cualquier otro sentimiento entonces se tomará como primer acercamiento sus definiciones semánticas, tres de sus catorce acepciones y después, desde la psicología, particularmente la social.

Según el Diccionario de la Lengua Española (2018), el amor está definido como un:

1. "Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser".

2. "Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear".

3. "Tendencia a la unión sexual".

Las dos primeras definiciones muestran en sus coincidencias, profundas diferencias. En ambas, se reconoce como un sentimento aunque en uno es intenso y en el otro, no. Mientras que en el primero se destacan características como la insuficiencia, la necesidad, la búsqueda, el encuentro y la unión; en el segundo, más equilibrado, con más mesura, referencia a la reciprocidad, completitud, alegría, energía, convivencia, comunicación y creación.

Se observa que ambas definiciones son contradictorias entre una y otra, la misma situación que implica la incompatibilidad entre el sentir y el razonar. El primero indiscutiblemente es el tipo de amor que se profesa en la actualidad, un amor irracional que se vale mucho para crear un proceso de avallasamiento entre las personas donde la intensidad es más la vehemencia que incluye lo que la tercera definición indica, la relación con el sexo, considerado este como la prueba de amor, de exclusividad, de poder, de dominación, de pertenencia, de violencia. Aspectos que son diferentes a los que se muestran en la segunda acepción, donde se manifiesta una práctica, un proceso de razonamiento que precisamente, introduciendo a la psicología social, describe Erich From en el Arte de Amar: el amor maduro requiere de la interdependencia de cuatro dimensiones esenciales: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Tanto la primera como tercera definición, estando en un diccionario supone la aceptación como tal en la sociedad; sin embargo el mismo Fromm desmantela estas definiciones argumentando que «el amor como satisfacción sexual recíproca, como "trabajo en equipo" y  como un refugio de la soledad, constituyen las dos formas "normales" de la desintegración del amor en la sociedad occidental contemporánea, de la patología del amor socialmente determinado». El amor visto desde estás definiciones es sólo un conjunto de síntomas de una enfermedad, lo que afirma su perversión, corrupción, degeneración.

El amor como el máximo sentimiento del ser humano se acerca más a la segunda definición y al amor maduro de Fromm, donde el sentimiento se cultiva a través de diversas actitudes positivas para el desarrollo humano; desvinculado del sexo debido a que dejaría de ser una prueba y sí, una consecuencia natural, inclusive opcional, sin exclusividad y volitivo; además de la posibilidad de amar sin distinción, sin restricción, sin estereotipos, sin prejuicios, sin discriminación, totalmente lo que nos llevaría a un nivel más espiritual como amar a tu prójimo como a ti mismo.

viernes, 16 de agosto de 2019

Del otro lado

Abrí los ojos lo más que pude. El humor cuajado nublaba mi vista hasta el grado de sólo ver un estado de amorfismo de las cosas. Lo primero que percibí fue una gran mancha blanca, era el techo de mi habitación, lo deduje porque estaba acostado de espalda pero dudé, me parecía irreconocible, extraño, como algo desconocido que se conoce. Intenté de nuevo abrir los ojos, esta vez traté con mis manos retirar lo que me impedía ver; necesitaba lavarme.

Me levanté por el lado derecho de la cama buscando mis pantuflas de tela como siempre acostumbro; no estaban. Palpé con mis pies en las cercanías, de un lado a otro; tampoco las encontré. En la urgencia por estar disminuido visualmente, desistí y descalzo me dirigí hacia la entrada del baño aún con la molestia de las pitañas en los ojos, no medí la distancia y la rapidez con que me desplacé, provocó un choque violento contra la pared tanto como una caída en seco. Recuperándome, con la poca nitidez de mi visión pude percibir que la puerta del baño se encontraba a unos cuantos pasos a la izquierda de mí, no daba cuenta cómo perdí el sentido de orientación, adolorido y casi ciego, apresuré llegar a lavar mi rostro.

Dentro del baño, regresó aquella sensación de extrañeza como ocurrió al despertarme. No hice caso, ahora lo importante, lo urgente era quitarme este Velo de Isis que me cubría y me incomodaba casí rayando en la desesperación. Abrí la llave de agua fría y tomé el primer chorro con mis manos llevándolo a mi rostro, primer alivio, refrescante. Volví a meter mis manos y sentí el ardor que produce el agua caliente, la retiré desconcertado, estaba seguro que abrí la llave correcta, la derecha; aún con mi poca visión la cerré y abrí la otra, con precaución tenté el agua que salía hasta estar seguro de que en realidad estuviera fría. Me enjuagué los ojos con abundante agua, no paré hasta que ya no hubo más legañas. Así postrado frente al lavado, con mi vista más clara a pesar del dolor del golpe y el ardor en las manos, la tranquilidad se presentó pero no duró mucho, de nuevo sentí esa sensación extraña, miré a mi alrededor, todas las cosas eran iguales pero había algo diferente en estas, las conocía pero al mismo tiempo las desconocía.

Observé la mezcladora, el flujo del agua estaba invertido. Recorrió por mi espalda baja hasta los hombros y terminando en mis manos, esa sensación de terror primario. Volteé intempestivamente hacia la habitación, salí del baño, las pantuflas del lado izquierdo, el resto de los muebles, la cama, mi corazón latía apresuradamente, regresé y ví mi reflejo en el espejo, en esa imagen, lo que había al fondo, a la izquierda y a la derecha, así era como lo recuerdo. Me miré una vez más, soy yo pero... ¿soy yo? Di algunos pasos hacia atrás, vacilante, sin quitar la vista, mi voz lánguida logró articular algunas palabras: ¿Cómo es posible? Yo aquí y, Tú del otro lado.

lunes, 11 de marzo de 2019

Haikus (69-85)

69
Labios de café,
rememoran momentos.
Aromas, días. 


70
Nos conocimos
ahora extraños somos,
que nos hablamos

71
En blanco negro,
se abraza con la muerte.
Deja de latir.

72
La noche, luna.
Pensamiento, la duda.
transformado ser.

73
Bien, mal, no hay más.
Responsabilidad es;
libre pensar es.

74
Dormir es morir,
ciego viaje infinito.
Cierra los ojos.

75
Con opresión,
el alma viaja lejos.
Primero del mes.

76
Es energía,
Recuerdo sostenido.
Difusa imagen.

77
Escribo; pienso.
Escribo; siento, vivo.
Escribo; muero.

78
Negro líquido
recorre la garganta.
Vida escapa.

79
Esta catarsis,
liberan espíritu.
Haikus míos son.

80
Reflexiono, sí;
es así la locura,
descubrirse ya.

81
Fuego consume,
espíritu renace.
Poder en manos.

82
Cogito ergo sum,
In laudem et oration...
Infinitum est.

83
Los trazos viven,
servilleta de papel.
Florecen letras.

84
Palabras nacen,
revolotean ansiosas.
Despiertan, vivo.

85
Vienen los días,
Sutiles los recuerdos,
guardan corazón.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Corazón y Hueso. Reseña

Teatro
Corazón y hueso
Texto y dirección: Daniela Esquivel.
Elenco: Yver Sorród.

Nuestros compañeros, esos animales de compañía que existen no sólo con su presencia sino también en las emociones y en todos esos momentos que van de la alegría a la tristeza. Así, la puesta en escena de Corazón y Hueso, ofrece una de las tantas historias que se viven con ellos, particularmente la vida de Chente, un perro samoyedo emotivamente interpretado por Yver Sorród que con su particular sello, ha trascendido al personaje en el espacio y tiempo, en la mente del público tanto infantil, juvenil y adulto, a lo largo del tiempo, desde su primera función. ¿Y cómo no hacerlo? El actor magnifica todas esas emociones que a través del personaje logran tocar el corazón en el recuerdo de cada una de las historias vividas con nuestras mascotas, hasta llegar al sutil momento de sentir una lágrima recorriendo la mejilla y dejando en nuestra mente una huella: el actor y el personaje, como uno solo, fusionados en la interpretación.

Como la vida de Chente, Corazón y Hueso tendrá su última función, entre amigos y cercanos, despedimos al actor y al personaje hasta una próxima vez, en un reencuentro donde las emociones trasciendan y fomenten la consciencia que parte de nuestra humanidad también está en relación con los animales y la naturaleza.

jueves, 21 de febrero de 2019

Me quedé en tus pupilas. Reseña.

Teatro:
Me quede en tus pupilas
Texto y dirección: Daniela Esquivel.
Elenco: Claret Dorantes y Jorge Carlos Sánchez.

"Los ojos son el espejo del alma" es una expresión que forma parte de la sabiduría popular y también en otras culturas no necesariamente occidentales, tal vez con diferentes palabras pero sí con la misma esencia. Así, inevitablemente, la pregunta surge si los ojos es la entrada a nuestra alma. Es posible y muy probable, debido a la versatilidad que tienen para comunicar sentimientos, actitudes, pensamientos.

Así, ver a los ojos, es la oportunidad de descubrir personas maravillosas, admirables, también seres oscuros y perversos pero independiente de eso o aquello, no se puede negar que hay un tipo de mirada que genera una chispa, un vínculo indescifrable, incomprensible y a la vez tan claro que ahí está, persiste como una fuerza espiritual que coincide, es recíproco, circunstancial, destinado, paradójico y entonces, uno queda en las púpilas del otro, en una hebra de energía que logra conectar a dos almas.

En esta idea, la obra nos muestra y provoca a través de sutiles transiciones como las almas, con esa mirada se encuentran teniendo presente esa potencia que fluye con una intensidad que va más allá del espacio y el tiempo, manifestándose en una confesión mutua: "Me quedé en tus pupilas".

domingo, 13 de enero de 2019

Un haiku cero


Alguna vez hubo un haiku cero en el lejano tiempo pasado. Ahí, enarbolando a sus predecesores, indicaría el camino de la catarsis del mortal y desusado... escribiente. Buscando entre tramas revueltas de bits algunos hombres en el pantano, apareció y reveló un tiempo, un momento donde la espiral produjo una inflexión, cambiando el trayecto hacia lo que en ese instante podría haber sido una profecía: la ausencia en aquella tarde, en silencio, hacia el alejamiento. 

En este tiempo presente, su vista devuelve una mirada que apenas dura un poco menos de tres veces tres, observa sus pies, con su mochila a la espalda, saca de su bolsillo una brújula y un mapa, los revisa, de nuevo los regresa a su lugar, levanta la vista, se ajusta el sombrero y reanuda su camino hacia un horizonte.
Licencia Creative Commons
Ollin Tlatoa por José Daniel Guerrero Gálvez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://ollintlatoa.blogspot.com.
Permisos más allá del alcance de esta licencia pueden estar disponibles en https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es.