Diálogo íngrimo

En la penumbra de la habitación me encontraba, lejos de todo y de todos sólo acompañado de este aparato frente a mí con la vista fija a una página en blanco, esperando aquella musa que trataba de invocar a través del hada verde con la posibilidad de convertirse en demonio. Mis manos esperaban poder plasmar algo, sólo algo, hoy necesitaba de las palabras y se negaban en aparecer. Absorto buscaba qué decir, como hacerlo y estaban ausentes.

Una mano toma el vaso y lo acerca a un rostro conocido.

-Es fuerte- dijo mientras olía su aroma.
-Siempre me ha gustado eso de un licor, seco y fuerte- respondí.

Dejó el vaso en la mesa. -¿Escribes?.
-Trato de hacerlo...
-Hace tiempo que no lo haces. ¿Acaso no encuentras las palabras o es el qué lo que falta, tal vez quieras escribir de los quiénes?

Lo observé fijamente con algo de desprecio. En ocasiones suele ser algo incómodo debido a la confianza que le otorgo sin restricción alguna.

-Sabes que de los quiénes te encargas Tú.
-No es así. Hay un escrito que hablas de las personas y no he tenido oportunidad de leerlo. Eso es injusto. Debería escribir sobre los qués ya que hablas de los quiénes.
-Hablas del diario, supongo- dije con un aire de desprecio más marcado.
-Si, de ese. Me parece injusto que sólo hable de personas, no sobre algunos temas y Tú sí puedas. ¿Acaso no es así?

No respondí, ignoré su comentario aunque reflexioné sobre eso. Buscaba concentrarme pero la interrupción de un diálogo... Tomé el vaso del hada verde y bebí. Hubo un largo silencio.

-¿Me ignoras?- Se acercó a mi rostro, amenazante para después retirarse imtempestivamente. -Clásico de ti- continuó -No entiendo. Me llamas cuando quieres escribir, constriñéndote hacia el Mundo y cuando me ofrezco me desprecias, me ignoras.

No dije nada. Mi mudez incluía mi oralidad tanto como mi textualidad.

-En verdad no tienes palabras- exclamó. -¿Dónde las perdiste? ¿Quieres que te ayude? Tengo muchas ideas que escribir y Tú, nada tienes.

Tenía razón. No existían palabras, las había perdido, no sé dónde pero no estaban, no las encontraba. Movió una silla y se sentó a observarme, me incomodaba, me molestaba tenerlo cerca como la sensación de la piel debajo de una tela húmeda y caliente por el sudor.

-¡No tienes nada!- espetó. Levanté mi rostro para fijar en Él una mirada de odio infinito.

-Por fin tengo tu atención- dijo sonriendo. Tomó mi bolígrafo, siempre lo hace y escribió en una servilleta arrugada.

-Tómala, no la desprecies. Ya estoy acostumbrado a eso- No me moví, sólo lo miraba con más odio.

-Está bien. La dejo aquí cerca por si te da curiosidad- Colocó la servilleta en la mesa, tomó el vaso de licor y se lo bebió de un trago.

-Definitivamente está bueno. No puedo negarlo, tienes gustos con sabores fuertes. Deberías aprovecharlos- Me guiñó, observé la servilleta y al volver la mirada no estaba. Tomé la servilleta y leí; era la primera palabra de muchas.

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