Rosario
Observé a Rosario atentamente mientras estábamos en la cocina. Ella con su delantal puesto preparaba algo para cenar. Aunque insistí en algo ligero, ella prefirió cocinar una cena más elaborada. No la contradije, en su lugar me puse a su servicio en la preparación, ella me miro extrañada y con una mirada de asombro.
—¿Cocinas? —preguntó.
—Cuando tengo tiempo y para mí —respondí.
—Yo también, a excepción de hoy que estás aquí.
—Me siento honrado por la distinción.
—Hubo un tiempo que cocinaba para otra persona, recién casada —dijo ella —pero ya quedó en el pasado.
Mientras hablábamos y aunque sería mesa para dos, adelantó el aperitivo, tomó de la cava una botella de vino tinto y bajo dos copas sobre la mesa de la cocina.
—Podrías servirnos —me dijo y asentí.
Serví el vino y le ofrecí la copa, dejo que el fuego prescindiera de su manos, tomó la copa, en su mirada había un cierto brío inusual.
—¿Por qué brindamos? —me quedé pensando... en eso interrumpió mis pensamientos, no dudo que se habrá dado cuenta que yo no tenía una razón para hacerlo —brindemos por las lecciones de cocina —terminó diciendo.
—Brindemos por eso, por las lecciones de cocina. Salud.
Las copas chocaron y bebimos del vino. Ella regresó a tomar el control de la sartén en el fuego, yo agradecí que tomará la iniciativa del motivo del brindis y en ese pensamiento, me quedé absorto observando las piernas del vino en las copas.
—¿Qué ves? —preguntó
—Las piernas del vino en las copas —respondí y no quite la mirada de ellas.
—Deberías apreciar otro par de piernas que están presentes en esta cocina —le escuché decir.
Mi mirada pasó de las copas a su rostro, miré sus ojos, confirmaban sus palabras, era una invitación. Yo tardé instantes en reaccionar, de bajar mi mirada a sus piernas al final lo hice y acaricié con mi mirada todo su cuerpo. Regresé a sus ojos, su rostro encendido, sonrojado y al verlo me ruboricé también. Esa noche, no solo cenaríamos... nos cenaríamos.
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