lunes, 29 de octubre de 2007

Carta al Maestro

El maestro ha representado desde mucho tiempo atrás, una figura importante dentro de la sociedad lo que en la actualidad no sucede, pues de muchas formas su trabajo se ha degradado. Es doloroso reconocerlo y esta carta no pretende de ninguna forma elogiar su labor, que sin menospreciarla es una de las más sublimes. Lo que pretendo es evidenciar de alguna forma, como reflexión, tal vez muy vaga o superficial del vacío en que ha caído el maestro y como éste se ha dejado llevar en la vorágine de una sociedad deshumanizada o más bien, en pleno proceso de ésta.

El maestro, desde un punto de vista ideal, reúne muchas características que lo distinguen pero ninguna como tres de ellas que son la génesis de su inspiración, de su vocación. Educación, el conocimiento y el dominio de sí mismo son las características que traducidas en virtudes proyectan el ser, la autenticidad del ser humano sin importar el género, hacia la sociedad. Pero el maestro o maestra seducido por una modernidad aplastante ha olvidado y en ocasiones, corrompido o prostituido estas tres virtudes del ser. ¿Dónde hemos quedado como maestros? En las inmediaciones de una incongruencia, pues mientras educamos a niños, jovenes y adultos, a mujeres y hombres, dentro de nosotros está latente el olvido, la corrupción y prostitución de nuestro ser y, de ser maestros.

Los elogios y lados lumninosos dentro de la labor del maestro, sea mujer u hombre, son indiscutibles pero mientras las virtudes del ser ceden, convenientemente para muchos, a intereses mundanos, la labor del maestro sólo será un mecanismo de dominación y no de libertad. Ese es el terreno que ha perdido el maestro en su figura proyectada hacia la sociedad. Este terreno es el vacío abandonado a su suerte por oportunistas que nada saben de educación pero sí, mucho de manipulación. El maestro, en su moderna comodidad asesina su vocación, la traiciona y con ella, a la sociedad que le sirve.

Esta traición se muestra de manera más tangible cuando el maestro ya no es el ser intemporal. Su temporalidad es la muestra de su declive como tranformador de consciencias, de la libertad, de la justicia, del amor al prójimo. Su incapacidad para el cambio, su conformismo, su tendencia al mínimo esfuerzo, su miedo es la razón de, permitánmelo decirlo, su falta de autenticidad en una sociedad donde ser maestro ya no es serlo.

Esta carta, no es un elogio como ha quedado manifiesto a lo largo de ésta sino más bien muestra la evidencia de que algo no está bien y se debe actuar en consecuencia en la recuperación de nuestro ser, de dentro hacia afuera con la educación y cultura que como maestros debemos poseer, en el conocimiento y dominio de nosotros mismos para después proyectarlo a la sociedad. Sin excesivos elogios y banalidades; sólo un camino, el de la libertad. Lo requerimos, nosotros como maestros y la sociedad a la que servimos.

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